Son fracturas frecuentes y en ocasiones causan bastante alarma al propietario; no obstante, desde el punto de vista médico, no es algo que realmente inquiete a los veterinarios, ya que en el noventa por ciento de ocasiones son
fracturas absolutamente reparables, aunque sea mediante cirugía y con el consiguiente gasto económico para el propietario. La mayoría son lesiones que no comprometen para nada la vida del animal, siempre que el problema se aborde a tiempo.
La solución es principalmente quirúrgica, y consiste en la colocación de implantes en el hueso para mantener la funcionalidad de la pata hasta que ésta hay osificado. Los implantes más frecuentes son las placas óseas, que se adhieren al hueso mediante tornillos, los clavos intramedulares, que darán consistencia a la fractura colocando el clavo en el interior del hueso, y los fijadores externos; éstos son, sin duda, los más aparatosos para el propietario y el gato, pero ofrecen muy buenos resultados funcionales. Este implante consta de unos clavos denominados agujas que atraviesan el hueso en varias ocasiones a lo largo de toda su longitud y que se sujetan mediante unos mecanismos de fijación denominados rótulas, que impiden que se muevan de sitio. Los implantes se suelen dejar un periodo no inferior a un mes, y se recomienda retirarlos en el momento en que el hueso se haya soldado.